LA OTRA NUEVA NORMALIDAD

El presidente de México llamó hace unos días a uno de los medios más importante del país como un “pasquín inmundo”, en una más de las expresiones que ha tenido desde sus conferencias matutinas contra múltiples medios de comunicación. El hecho ya ni siquiera sorprende porque los adjetivos y las acusaciones, ya son parte de la otra Nueva normalidad, la que poco a poco ha ido construyendo el gobierno bajo el amparo de la Cuarta Transformación.

En esta Nueva normalidad ya no llama la atención que en un año de recortes, la Secretaría de la Defensa Nacional pudiera recibir un 15 por ciento más de recursos dado su creciente papel en la vida pública. Uno en que pasó de militarizar la seguridad vía sus elementos y a través de la Guardia Nacional, a militarizar la construcción de aeropuertos, sucursales bancarias, hospitales, e incluso a ocupar posiciones en estructuras civiles como el reciente nombramiento de un General como director de Finanzas en el ISSSTE, que en principio nada tiene que ver con la naturaleza de las Fuerzas Armadas pero que es un paso más que se suma al manejo de lo que será el principal aeropuerto del país, las aduanas y los puertos.

Pese a esto el país parece pasmado frente a acciones cada vez más irregulares como el desmantelamiento del sistema de derechos humanos, expresado en la crisis de la CNDH y en la ausencia de nombramientos en la cabezas del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) o la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) cuyas tareas son irrelevantes para el presidente. O en el uso discrecional de cientos de millones de pesos como los destinados a comprar boletos para una rifa con el fin de mitigar el fracaso de la fallida venta del avión presidencial.

Las acciones inusuales que van moviendo la línea de lo normal y lo permitido hacia el campo de lo anormal y lo peligroso avanzan día con día. Desde las “bromas” de funcionarios que llaman a salir del país a intelectuales incómodos para el presidente, hasta la exhibición en las mañaneras de rivales políticos como si fueran delincuentes como ocurriera hace unos días con las recientes protestas en Chihuahua.

¿Pero qué explica que se muevan los límites sin mayor discusión, sin una resistencia clara? Quizá porque pareciera que son hechos aislados, sin notar que hay elementos comunes que están dando vida a una nueva realidad caracterizada por un común denominador: la pérdida de piezas de la vida democrática para dar lugar a un sistema cada vez más autoritario.

El país ha dado ya pasos muy serios hacia un entorno marcado por el desmantelamiento de las capacidades del gobierno civil bajo el pretexto de la austeridad, de la mano de una creciente importancia de las Fuerzas Armadas, al tiempo que el presidente desestima cualquier otra voz del espectro político e institucional, que han sido subordinadas, descalificadas o ignoradas como actores relevantes.

Todo envuelto en un relato que presupone que todo en el país antes de la llegada del actual presidente fue inútil o corrupto, y que no hay nada que preservar salvo lo nuevo, que se decide desde la voluntad presidencial que supone tener una exclusividad moral y que por tanto no acepta propuestas ni críticas de nadie más.

Visión alimentada, por cierto, por voces de su propio entorno como la de un aspirante a dirigir Morena que recién propuso cambiar el nombre de una entidad para designarla como Tabasco de López Obrador, ocurrencia que sería motivo de risas sino se presentara en un clima como el que ahora se vive en el país.